El sonido del despertador
retumbaba en mi cabeza. Ese día me costó mucho más despertarme que de
costumbre. Normalmente me habría parecido algo normal pero esa noche, como las
de los últimos meses, quizá años, no me había proyectado, no había ido al plano
onírico. Estaba cansado y, por qué no decirlo, también algo aturdido. Durante
años me había dado todo igual pero aquella última escapada había sido un poco
dura.
Por supuesto, yo tenía un plan
cuyo objetivo siempre era el mismo: conseguir más poder y, como siempre, me
daba igual quien cayera por el camino. También estaba acostumbrado a la
presencia de ella, solía seguirme los pasos. Al principio me alagaba, de hecho,
por qué no reconocerlo, yo también la seguí en alguna ocasión. No quería que me
adelantara en mis propósitos, y tampoco quería que le sucediera nada. Al fin y
al cabo, el mundo sería muy aburrido sin mi principal enemiga. En realidad, yo
sabía que ella era igual que yo, tampoco era trigo limpio. En el fondo era mi
alter ego.
Pero no estaba acostumbrado a lo
que ocurrió esa noche. No puedo entrar en detalles, solo puedo decir que el
desequilibrio de fuerzas me dejó totalmente exhausto. Yo, que me creía tan
fuerte. Creo que ese ser utilizó mi energía para acabar con ella… Lo único que
sé a ciencia cierta es que, a partir de ese día, me quedé sin ganas de volver
allí. Era como si mi alma tuviera miedo, aunque yo mismo no lo quisiera
reconocer.
Fue entonces cuando releí esa carta que yo mismo había
escrito años atrás:
“Que tendrá la magia, el
misterio, lo paranormal, que nos atrae.
Esa sensación que te
hace sentir especial, que te hace sentir único.
Sea lo que sea, como
polillas a la luz, nos sentimos atraídos por su foco.
Esa magia, ese poder,
esa sensación. Muchos lo buscan, desde siempre, pero muy pocos lo pueden ver. Todos
los que se llegan a encontrar frente al velo, los que ven que hay algo detrás, los
que cruzan, todos piensan, ojalá no lo hubiese hecho”.
Y eso pensé durante esos años,
que ojalá no hubiera estado allí. Pero, de repente, algo cambio. Tenía un
mensaje en mi contestador. No conocía su voz: “Ricardo, he escuchado hablar de
ti y te necesito. Nos vemos en la Plaza, a las 22h”. Cualquiera hubiera dicho,
pero ¿quién es ésta? Pero, por alguna extraña razón que desconozco pensé que
debía ir, pensé que esa voz era de alguien que merecía la pena. De alguien que,
por qué no, ¿salvaría al mundo?